Discurso al recibir la presea “Pedro María Anaya”

El general Pedro María Anaya: Lección para defender la soberanía siglo y medio después

Agradezco a la sexagésima legislatura del congreso del Estado de Hidalgo la entrega de la presea el nombre del general Pedro María Anaya, el más sobresaliente de nuestro coterráneos, nacido el 20 de mayo de 1795 en Huichapan, ya desde entonces ciudad principal en el territorio que habría de ser propio de nuestra entidad, cuando en 1869, creó la visión histórica y el legítimo interés político de Benito Juárez.

Gracias a la decisión del poder legislativo, adopta por unanimidad de las fracciones parlamentarias, quedo formalmente asociado al homenaje permanente a nuestro máximo héroe local, consistente en la creación misma de esta medalla y en su anual otorgamiento. Me enorgullece que así sea, porque entiendo que horrar al huichapense ilustre no es un acto vacuno, meramente ritual, sino una declaración de voluntad plena de contenido, que se propone subrayar los valores encarnados en el héroe de Churubusco.

Si bien el general Anaya figura en los anales de la historia como el único hidalguense que ha sido Presidente de la República, es claro que su sitio en la memoria mexicana, en la memoria de los hidalguenses proviene de su papel como defensor de la república al cabo de la agresiva campaña militar que llevó al Ejercito norteamericano a tomar la ciudad de México justo en las fechas patrias de septiembre de 1847. ¡Terrible paradoja aquella, la de perder la independencia en los días en que la nación recobrada el comienzo de la lucha por obtenerla!

En mayo de 1847el gobierno de los Estado Unidos había impuesto al de México una guerra que el frágil gobierno mexicano no deseaba ni podía sostener. El incontenible expansionismo norteamericano tenía al sur del río Nueces las tierras que su avidez reclamaba ya había provocado la separación de Texas y su incorporación al país que al nacer 1776 apareció como un faro de libertades que al paso de los siglos se fue apagando. Ese afán de crecer a toda costa, contaba, para nuestro infortunio, con la triste aportación mexicana: la discordia de sus clases dirigentes la miopía y la mezquindad de algunos de sus líderes, la desesperanza de clases sociales que no veían diferencia entre el opresivo régimen colonial y el que lo había sucedido.

El lento avance militar norteamericano desde la frontera se aceleró a partir de la toma de Puebla, desde donde el generalato invasor dispuso a dar el golpe final. Entre aquella ciudad y la capital se interponían sólo dos fortificaciones, el convento de Churubusco y el Castillo de Chapultepec. Correspondió a Anaya encabezar la defensa del primer baluarte, misión que emprendió con terca resolución pero pocas armas y escasas municiones, tan pocas que a la hora de la inevitable rendición hizo saber el general Twigs, que había comprobado la reciedumbre de la resistencia que, de no haber faltado el parque, no habría llegado el trágico momento de poner las armas, que Anaya enfrentó con gran dignidad, merecedora de reconocimiento del jefe enemigo, su vencedor.

No el resultado sino la decisión de defender con férrea voluntad la soberanía es el gran ejemplo, el luminoso legado que recibimos de Anaya, la lección que hemos de revalorar en horas sombrías par al república. Es verdad que, puesto que la historia no es cíclica, no estamos hoy en el riesgo de una invasión militar que arrebate tierras a nuestro país. Pero como en 1847, como antes y después en otros aciagos momentos, es preciso defender hoy nuestra integridad nacional, nuestra identidad propia, nuestro suelo y nuestra riqueza.

Una deplorable política económica vigente durante cuatro décadas y una más reciente pero Igualmente lamentable ineptitud para insertarnos en la economía mundial en vez de ser arrasados por su fuerza expansiva, han minado nuestra soberanía l la han suprimido en pocos ámbitos, la mantienen en riesgo permanente en otros. Nos han empobrecido, y ya se sabe que la verdadera libertad, la verdadera soberanía es la que salva de las necesidades, la que evita que seamos menesteres.

La soberanía del estado se encuentra hoy asediada por poderes que le disputa la capacidad de regir a la sociedad, son los poderes del dinero y de la violencia criminal, semejantes (no obstante sus profundas diferencias) en su pretensión de someter a los poderes instituidos, y en su propósito de sustraer comarcas enteras de la vida pública al dominio estatal legitimado por el asentamiento de la sociedad.

La soberanía, as u vez, padece varios asedios. La soberanía alimentariz está en riesgo, disminuida ya en proporción inadmisible. Una sociedad que no es capaz de producir su propia comida, disponiendo de los recursos naturales para hacerlo, está expuesta a un cautiverio que no osa decir su nombre y que es sin embargo oprobios como la esclavitud que priva de la libertad. Hemos de recuperar esa capacidad de proveernos de lo necesario.

Requerimos también recuperar la soberanía financiera, la economía especulativa internacional vive horas de conmoción, equivalentes para el capitalismo a la caída del muro de Berlín para el socialismo real, seguí la autorizada voz de Joseph Stiglitz, premio Nóbel de Economía. Dada la exageración de la banca, no podemos ver sino con preocupación y con temor la suerte de de las matrices de los bancos que operan en México. Decisiones que nos afectarán serán tomandas fuera de nuestras fronteras conforme a intereses y peripecias ajenas. Después de la quiebra de Lehman Brothers y de Washington mutual, y las vicisitudes de otros gigantes de la economía especulativa, un eventual y no imposible quebranto de Citicorp afectará a Banamex, su banco en México, la mayor institución de su tipo en nuestro país. No lo hicimos a tiempo, pero no es tarde par impulsar una movilización social política que restituya a México su soberanía financiera.

En cambio es oportuno, estamos en la conjuntiva precisa, evitar la pérdida de la soberanía petrolera. En 1938 el general Lázaro Cárdenas la salvó para los mexicanos con el apoyo de las fuerzas populares. Hoy esas mismas fuerzas están en posibilidad de refrendar su vigencia, de modernizar la industria petrolera y la gestión de PEMEX sin ceder un ápice de tal soberanía, sin compartir con nadir la reserva petrolera. A nadie le satisfizo la conducción de la empresa petrolera nacional, de modo que oponerse a la extranjerización de sus operaciones, y más todavía a la exportación de sus ganancias no significa un imposible intento de congelar el tiempo de mantener la cosas como están por lo contrario, fortalecer la soberanía no entraña sólo mantener el petróleo en poder de la nación, sino convertirlo en palanca de desarrollo que saque de su marasmo a una economía avara en ofrecer satisfacer a los mexicanos, en propiciar la creación de empleos y la oportunidades que las personas necesitan para su plena realización.

Multipliquemos, para poner a salvo nuestra soberanía petrolera, los focos de resistencia, induzcamos a nuestro Congreso de la Unión a convertirse en un Churubusco con modernos Anayas peleando con denuedo y en parque suficiente: voluntad política y fortaleza legal, que eviten una nueva derrota.

Nuestro ilustre paisano sobrevivió seis años a la firma de tratado de Guadalupe Hidalgo, que consagró la pérdida de la mitad de nuestro territorio. En ese lapso, el héroe hidalguense no regateó sus servicios a la patria. Había sido elegido unos meses, el primer mandatario de la nación, habría sido elegido diputado, habría encabezado el ministerio de guerra y o vaciló, sin embargo, en ser administrador general de correos. Esa abnegación y la modestia de su vivir, la austeridad de su conducta son ejemplares, trazar rutas que aliviaría las penurias nacionales de ser recorridos por funcionarios de hoy, más inclinados al dispendio, al abuso y la corrupción que al servicio de la patria.

Recibo con orgullo la presea que otorga el Congreso del Estado de Hidalgo, por que se refiere a una vida de esfuerzo cuyo fruto ha sido posible por el amoroso acompañamiento de mi familia, la de la casa paterna y la que la vida me ha permitido construir. Propiciaron también mi desarrollo, las instituciones educativas de la república, que necesita del refrendo de los representantes populares donde quiera que esté en riesgo el estado laico, piedra angular de convivencia democrática.

Como periodista de ya dilatada presencia en los medios de comunicación, entiendo que en mi persona se distingue y reconoce el papel del periodismo comprometido con el cambio democrático y el de sus profesionales, mis compañeros en el cotidiano ejercicio de la información y la opinión.